Salud Pública

El suicidio como urgencia psiquiátrica

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El suicidio es la muerte autoinflingida intencionalmente. De hecho, Edwin Schneidman lo definió como “el acto consciente de aniquilación autoinducida, que se entiende mejor como un sufrimiento multidimensional en una persona vulnerable que percibe este acto como una mejor solución a sus problemas”.

El suicidio tiene como sentido salir de un problema o una crisis que, invariablemente, está causando intensos sufrimientos. Así, se asocia a frustraciones o necesidades insatisfechas, sentimientos de desesperación y desamparo, conflictos ambivalentes entre la supervivencia y una tensión insoportable, una disminución de las alternativas, y una necesidad de escapar.

La ideación suicida supone entre el 5-20% de las consultas psiquiátricas urgentes, es decir, una media del 10%: el 2% fallece tras la tentativa. Además, existen más intentos de suicidio en mujeres (9/1), pero los más consumados son en hombres (3/1).

Los métodos que utilizan para el suicidio consumado son el ahorcamiento, la precipitación y el ahogamiento, mientras que las tentativas son, un 90% de ellas, provocadas por sobredosis farmacológicas.

En el grupo “suicidio” se agrupan diversos tipos de pacientes, que hay que conocer. Así, por ejemplo, se encuentran los pacientes que han sobrevivido a un intento suicida potencialmente letal porque han sido sorprendidos o, accidentalmente, han fallado sus métodos.

También están los pacientes que han efectuado una tentativa suicida con un método de baja letalidad, muchas veces como forma de llamada de atención más que de expresión de una clara intención autolítica. Esta es la forma más frecuente, aunque conviene no olvidar que son pacientes que pueden llegar a suicidarse.

Por otro lado, están los pacientes que acuden verbalizando ideación o impulsos suicidas; los que, con otros motivos de consulta, reconocen durante la entrevista que tienen ideación suicida; y los que acuden acompañados y a petición de algún familiar, que suelen negar que tengan intenciones autolíticas, aunque su comportamiento sugiere un riesgo potencial.

Cada grupo tiene un potencial suicida diferente y el manejo apropiado de ellos incluye averiguar sobre los pensamientos o comportamientos suicidas, realizar una evaluación del riesgo actual del individuo de inferirse daño de forma inminente y crear un plan de tratamiento en colaboración con el paciente y su red de apoyo.

Por tanto, se deben identificar factores de riesgo, incluyendo aquellos potencialmente modificables, identificar factores protectores y potenciarlos eventualmente, clarificar el nivel actual de ideación y planificación suicida.

A diferencia de algunas urgencias médicas, no existen, actualmente, algoritmos confiables basados en evidencia para evaluar, manejar y prevenir el suicidio. El proceso de manejo en la práctica clínica requiere ser individualizado y colaborativo, en el contexto de una entrevista llevada a cabo de forma curiosa, cooperativa y con calma.

Factores asociados al suicidio

Existen varios factores asociados al suicidio. El primero de ellos es el sexo, donde los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, aunque, sin embargo, las mujeres lo intentan cuatro veces más que los hombres.

Por otra parte, los varones tienden a emplear métodos más violentos, como armas de fuego, mientras que las mujeres se inclinan por la autointoxicación medicamentosa.  

En cuanto a la edad, la tasa de suicidio aumenta con la edad, acentuándose por la importancia de la crisis de la edad media. En los hombres, la proporción es máxima después de los 45 años y, en las mujeres, después de los 55.

Además, algunos de los factores que influyen para que los adultos mayores sean una población con elevado riesgo de suicidio son la jubilación, el escaso apoyo social, el fallecimiento del cónyuge, la desesperanza, el abuso de alcohol, las enfermedades físicas, el aislamiento y la soledad.

Otro de los factores es la religión. Los católicos tienen una menor tasa de suicidios que los judíos, y estos, a su vez, mejor que los protestantes. Con independencia de la religión que procesen, parece ser que el grado de aprobación del suicidio es mayor cuanto menos es el grado de práctica religiosa.

Los que presentan mayor tasa de suicidios son los divorciados, seguidos de los viudos, quienes, a su vez, presentan una mayor tasa de suicidios que los solteros y, por último, los que presentan una tasa de suicidio menor son los casados.

En cuanto a la profesión, cuanto más alto es el estatus social de una persona, más grande es el riesgo de suicidio, aunque una caída en el estatus social también aumenta este riesgo. El trabajo, en general, protege contra el suicidio. No obstante, la medicina ha sido considerada la de mayor riesgo de suicidio.

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