La muerte… a veces lenta… a veces larga… en ocasiones llena de temor… otras veces llena de amor…
Hoy vengo a hablarte de la muerte porque la semana pasada falleció mi abuelo materno y siento que debo compartir todas las cosas que he sentido, las que he visto como profesional de la psicooncología y como psicóloga.
Mi abuelo tuvo una buena muerte… falleció como siempre quiso… rápido, sin sufrir apenas (o al menos lo que podemos adivinar que se sufre desde fuera). Tuvo una buena partida de esta dimensión tridimensional en la que vivimos porque estuvo rodeado hasta el final de sus seres queridos, quienes le acompañamos durante toda la vida.
Las lágrimas que se deslizaron por nuestros ojos eran lágrimas de tristeza pero no una tristeza por exceso de apego… no… eran lágrimas de tristeza por el amor tan profundo que sentimos por él… porque sabemos que nuestra vida no será igual sin su presencia física, aunque siempre nos acompañará allá donde estemos.
Una sepsis le obligó a pasar los últimos días de su vida en un hospital… en urgencias. Los médicos que le atendieron nos dijeron desde el primer momento que estaba muy grave y cuando vimos que su conciencia ya no estaba en el presente, mi madre le confirmó al médico lo que nos había adelantado… que no deseábamos que sufriera.
A mi abuelo le aplicaron cuidados paliativos, específicamente dos elementos esenciales de la atención en el final de la vida:
Limitación del esfuerzo terapéutico… Iniciar o mantener tratamientos agresivos que solo alargan la agonía y hace que el enfermo esté preso en un cuerpo que no responde, es cruel… por eso antes se le llamaba “encarnizamiento terapéutico”, porque el miedo a la muerte ciega a muchos profesionales y familiares con tal de que su ser amado siga con vida.
En el caso de mi abuelo, la limitación del esfuerzo terapéutico consistió en la retirada de antibióticos y de hidratación subcutánea. No tiene sentido administrar fármacos que intentan frenar una infección que se ha extendido por todo el cuerpo, por la sangre incluso.
Seguir hidratando un cuerpo que está en su proceso de final de vida, no tiene sentido… de hecho la deshidratación ayuda a que el final sea más calmado porque las toxinas que se acumulan en el cuerpo y no se eliminan, producen la liberación de endorfinas. La deshidratación también reduce los estertores por una menor acumulación de líquidos en los pulmones.
Sedación Paliativa… En un primer momento a mi abuelo le administraron morfina para hacerle más cómodo el acto de respirar. El médico que nos atendió nos indicó que esperarían unas horas por comprobar si mejoraba su estado y su respiración. Pasadas unas horas, mi madre le indicó al médico que no quería que su padre sufriera y tomó la difícil decisión de iniciar la sedación paliativa (sugerida previamente por el doctor).
Mi abuelo llegó con un nivel de conciencia muy leve al hospital y no recuperó la conciencia, tan solo respondía ante el dolor elevado. La sedación lenta y bien ejecutada, permite que el paciente no sufra y le da un tiempo extra a la familia para despedirse. En nuestro caso esto fue esencial porque nos ayudó a desligarnos, a decir aquello que a veces callamos porque no nos gusta hablar o escuchar acerca del amor. El tacto y el oído son los últimos sentidos que perdemos y por eso le acompañamos de esa manera, sabiéndose acompañado hasta el final.
Lugares donde no conviene morir… Mi abuelo fue ingresado en urgencias y allí se quedó durante los dos días y medio que duró su proceso de final de vida. El servicio de urgencias no es un buen lugar para morir por varias razones:
- La rotación constante de médicos.
- Otros pacientes ingresados graves que pueden alterar la necesaria intimidad para desligarse de la vida.
- El paso constante de profesionales.
- La ausencia de intimidad.
En mi caso, llevaron a mi abuelo a un lugar más apartado, una especie de habitación con puertas de cristal que nos mantenía alejados de otros pacientes, pero escuchábamos las nuevas llegadas, a veces atendidas al otro lado del cristal. Solicitaron una habitación para mi abuelo, pero falleció en urgencias.
Esta experiencia me ha hecho ser consciente una vez más, de la necesidad de que todos los hospitales tengan unidades de cuidados paliativos. El final de la vida es un momento muy delicado y bello que requiere de profesionales acostumbrados a tratar con el paciente y su familia el final de la vida, es necesario un espacio lleno de calma y cierto aislamiento.
Es necesario que haya unidades de cuidados paliativos en cada hospital de cada país, porque mi abuelo fue afortunado… el médico que le atendió no quiso prolongar su vida más allá de lo que su cuerpo podía aguantar… mi abuelo tuvo suerte porque yo estudié psicooncología y me especialicé en cuidados paliativos y porque mi madre sabía que cuando el cuerpo ya no puede vivir, no se le puede obligar a permanecer con vida.
Pero la buena muerte no debe ser cuestión de suerte o fortuna, la buena muerte es un derecho que todas las personas tenemos y necesitamos partir con serenidad y que los familiares puedan despedirse y desapegarse emocionalmente del ser amado que inicia su travesía.
Mi abuelo… tan orgulloso de que escribiera… como su abuelo… Sé que está feliz de saber que sigo escribiendo, que hablo de él, que no me olvido.