El síndrome de burnout o síndrome de desgaste ocupacional o profesional es un padecimiento que se produce como respuesta a presiones prolongadas que una persona sufre ante factores estresantes relacionados con el trabajo.
Para la prevención y el manejo del síndrome de desgaste profesional es necesario, en primer lugar, su conocimiento. Por ello, la formación es un asunto prioritario en las técnicas preventivas.
Existen tres dimensiones en las medidas preventivas: prevención primaria, secundaria y terciaria.
La prevención primaria es la base de la prevención y se basa en la formación. Además los sistemas de gestión eficientes lo tienen en cuenta y favorece el apoyo adecuado a los equipos de trabajadores para evitar su aparición.
Por tanto, este tipo de medida preventiva engloba aspectos educacionales para evitar la aparición de problemas de salud. Un ejemplo gráfico son las estrategias para ayudar al paciente fumador a cesar en su hábito tabáquico antes de que este le cause problemas objetivables de salud.
Al igual que se hace en otros ámbitos de la medicina, sería muy conveniente que las empresas o cuerpos constasen de personal cualificado para dar al trabajador pautas que le ayuden a afrontar el estrés que conlleva su empleo.
En cuanto a la prevención secundaria, está encaminada a detectar de forma precoz la aparición de los primeros síntomas en los trabajadores y, así, poder atajarlos de forma eficaz, aportando recursos de afrontamiento.
Un ejemplo de este tipo de prevención son los programas de detección precoz de tumores, como ya se realiza en nuestro país con el cáncer colorrectal y/o el cáncer de cérvix mediante la detección de sangre oculta en heces y citología Papanicolau respectivamente.
Estos detectan la presencia de enfermedad de forma incipiente y facilitan el buen pronóstico de las mismas a largo plazo, al diagnosticar carcinomas en fases iniciales que son potencialmente resecables y curables.
Este tipo de prevención sería ideal en los reconocimientos médicos a los que se somete casi de forma anual a los trabajadores, que en muchas ocasiones son excesivamente técnicos y se basan en pruebas meramente mecánicas (analítica sanguínea y de orina, electrocardiograma, audiometría, espirometría…) pero no valoran con ninguna herramienta ni ninguna escala validada la presencia de estrés y/o sus consecuencias en los trabajadores en relación con su puesto de trabajo.
Por último, la prevención terciaria es un mecanismo de “reparación” cuando ya ha aparecido el daño, para evitar consecuencias fatales por la mala evolución del síndrome.
Lo menos deseable, dentro de las estrategias de prevención, es llegar a este punto, pero si al menos se aplican técnicas para el control de los síntomas una vez aparecida la enfermedad, las secuelas de la misma o la evolución pueden llegar a ser menos tórpidas.
Un ejemplo de este tipo de prevención en medicina se ve reflejado en los tratamientos frente al infarto agudo de miocardio. En él, una de las técnicas más utilizadas en las últimas décadas es el empleo de “stents” y medicaciones vasodilatadoras para la reparación del daño arterial que ha sido el causante del infarto.
En estos casos el daño (infarto o muerte celular del miocardio) ya está hecho, pero al menos se intenta reestablecer el tránsito arterial para que las secuelas del mismo sean minimizadas (prevención de insuficiencia cardíaca, bloqueos y arritmias potencialmente mortales, reinfartos…).
No obstante, hay que tener en cuenta que estas estrategias de prevención se enmarcan en tres contextos: el individual, el grupal o interpersonal y el organizacional.
En el individual se recomienda llevarlos a cabo de forma permanente, especialmente a modo de prevención primaria (antes de que se presenten los primeros síntomas de Burnout). Se trata de que el individuo aprenda estrategias de afrontamiento del estrés para así prevenir sus consecuencias. Consiste en una regulación de las emociones, desarrollo de actividades comunicativas y aprendizaje de técnicas de resolución de problemas que sean eficaces.
Por su parte, en los aspectos grupales o interpersonales se debe contar con apoyo social en el trabajo, con relaciones personales de calidad. Además, es muy importante aportar un apoyo técnico al trabajo de manera que este sea valorado “técnicamente” como positivo por los compañeros; por otro lado promover la creación de retos profesionales para aumentar la autoestima y “las ganas” de trabajar.
Una buena relación con los compañeros en el ámbito laboral fomenta un clima de trabajo adecuado y facilita la realización de la labor asistencial. Así, en tareas que son más desagradables por sí mismas, un buen entorno de trabajo hace más “llevadero” el camino a seguir.
Por último, en los aspectos organizacionales se debe fomentar un buen clima de trabajo poniendo a disposición de los profesionales los medios necesarios. Este apartado es muy importante porque es la “base de la pirámide”: sin unos buenos cimientos, no se puede establecer un buen desarrollo.
En muchas ocasiones, y más en el ámbito sanitario este hecho no se logra con frecuencia. Si bien es cierto que la tendencia en las últimas décadas es a mejorar la comunicación entre las direcciones y el personal empleado, aún persisten aspectos muy mejorables que se mantienen arraigados en las clásicas organizaciones de “jefes y subordinados”.