En los últimos años ha surgido con fuerza un discurso de autoestima, amor hacia uno mismo y superación, que viene de mano con la nueva concienciación hacia la salud mental. Esto ha contribuido a la visualización de la problemática, y las personas se han interesado más por su bienestar psicológico, ya sea acudiendo a terapias o realizando procesos de introspección con la ayuda de libros de autoestima.
No obstante, cuando hablamos de lo que se ve en las redes ¿Qué tanto de esto es genuino y qué tanto es performativo? En el mundo del internet es difícil descifrarlo, especialmente cuando es justo este el medio que ha impactado la percepción que tenemos de nosotros mismos, pero más allá si es genuino o no ¿Tiene o no un impacto positivo sobre el tema que trata de abordar?
A diferencia de lo que se podría creer, estas tendencias han llevado a aquello conocido como “positividad tóxica”. Es decir, que al contrario de lo que se quiere, en lugar de brindarle a las personas un espacio de comprensión y motivación ejerce presión sobre las personas con problemas como la ansiedad o la depresión, que no se sienten capaces de llevar un estilo de vida “positivo y productivo”
¿Bienestar o productividad?
Las publicaciones en redes que tratan sobre estabilidad y bienestar suelen estar enfocadas en rutinas diarias de personas que parecen completamente estables, mantienen una excelente condición física, una familia estable, libertad financiera y además cuentan con tiempo para practicar formas de cuidado personal como yoga o meditación. Como se puede apreciar, hay una equiparación del bienestar con la productividad, una de un tipo bastante específico, que se enfoca en no solo tener una rutina activa, sino en que esta cumpla con los cánones de lo que se considera exitoso y bello, restándole importancia a las condiciones estructurales que llevan a los problemas personales, y volcando toda la responsabilidad en el individuo.
La American Psychological Association (APA) realizó un estudio en 2021 sobre el impacto de los hechos acontecidos en 2020 en el autoestima de las personas, dejando de manifiesto un aumento en la autopercepción negativa en la población. Por supuesto este resultado deriva de una múltiple causalidad, pero por ahora queremos enfocarnos en el aumento del uso de las redes en la pandemia y como la inmersión en la virtualidad desdibuja la autopercepción con sus tres puntos focales: La distorsión, la creación de necesidades, y la paradoja de las comunidades virtuales.
Distorsión
Desde el uso masivo y la popularidad de Snapchat vivimos en la época de los filtros. Instagram, tiktok, apps de edición e incluso aplicaciones que utilizan inteligencia artificial para modificar los rasgos faciales en la pantalla. En América se han reportado un aumento de casos en los que cirujanos plásticos son contactados por pacientes que desean modificaciones faciales que asemejan su rostro al reflejado por la pantalla con el uso de filtros, y aún si pudiera parecer distópico, todo esto es solo la consecuencia lógica de un largo proceso de distorsión de la imagen propia.
Aún si no utilizan filtros, se está expuesto a esta distorsión con la sobreexposición a medios como videos y fotografías de personas que han homogeneizado sus rasgos ya sea a través de cirugías, edición o ambas. Los cánones de belleza siempre han sido privativos, pero lo que diferencia este tipo de interacción con estos, a la dada en otras épocas, es que la imagen que recibimos e incluso damos de nosotros mismos, pasa por estos filtros, literales y figurativos de distorsión.
Creación de necesidades
Como se puede apreciar en el punto anterior con el ejemplo del caso de los cirujanos, el bombardeo de este tipo de contenido termina generando necesidades que devienen en el hiperconsumismo. En las últimas dos décadas han surgido muchas más marcas de maquillaje y cuidado facial que todas las fundadas en el siglo XX, sin mencionar la explotación creada por la industria creciente del fast fashion.
El cuidado personal es, por supuesto, una necesidad y debe ser satisfecha, pero hasta qué punto se configuran sus aplicaciones como una necesidad real y no una creada. La aspiración a la belleza no es una característica moderna, y aún así, la manera en la que se desarrollan los mecanismos de consumo actuales, presentan una alineación hacia la individualidad cada vez mayor.
Paradoja de comunidades virtuales
El ideal de las redes era la conexión y comunicación entre las personas sin limitaciones espaciales. Poco se estimaba que se convertirían en el gran mercado de macrodatos que es hoy en día, en la que su función comunicativa ha quedado más bien relegada. Es innegable por supuesto la conformación de comunidades virtuales, el impacto positivo de estas en la vida de millones y las facilidades que dan a la comunicación. No obstante, el estar “conectados a la distancia” encierra en sí una paradoja, y es que las personas han adoptado cada vez más la comunicación virtual, esta no sustituye la socialización real. Así, las personas se encuentran ante su yo virtual, y la necesidad de aceptación y reconocimiento por parte de los individuos que pertenecen a sus mismas comunidades virtuales, haciéndoles construir un yo virtual, una realidad para redes sociales, una personalidad en la web, pero sin que esta sea capaz de suplir sus necesidades como ser social.
Esta triada de fenómenos interconectados que conducen a querer-hacer-consumir han creado estragos en toda una generación que ha crecido sumergida completamente en los medios digitales, dejando mella en su personalidad y autoestima. Con esto no se quiere concluir con una impresión negativa hacia las redes y la tecnología, sino más bien como una concienciación a lo mucho que se han relegado estas problemáticas que están directamente afectando la salud mental de millones, quienes luego deben luchar en soledad con sus problemas de autoestima, ansiedad e incluso depresión.