Son muchas las personas que, actualmente, se preocupan por su alimentación e intentan adelgazar. La mayoría de las dietas suelen ser personalizadas, pero existen otros métodos que son muy populares en otros países, como, por ejemplo, el ayuno intermitente diario.
Esta dieta implica ayunar durante un periodo fijo del día y luego consumir todas las calorías en las horas restantes. Es decir, no comer durante 16 horas del día y comer solo en las 8 horas restantes.
Pero, ¿realmente importa a la hora del día que ayunas? Lo cierto es que sí. Unos investigadores de la Universidad de Vanderbilt, en Nastville, han demostrado que no solo la cantidad de calorías que consume una persona puede influir en el aumento de peso, sino también cuándo la persona las consume.
Estos hallazgos se relacionan con el reloj biológico, al que los científicos se refieren como ritmos circadianos. El reloj interno del cuerpo modula cientos de procesos, como dormir, comer, la temperatura corporal y los niveles hormonales.
La investigación ha asociado un ritmo circadiano interrumpido, como el que afecta a los trabajadores por turnos, con efectos adversos para la salud, incluida la obesidad. Estos efectos en la salud pueden deberse a patrones de alimentación alterados, lo que sugiere que, en el momento del consumo de alimentos, medía sus efectos en el cuerpo.
“Hay muchos estudios en animales y humanos que sugieren que no se trata solo de cuánto comes, sino también de cuándo comes”, explica Carl Johnson, autor principal del estudio. Para probar esta hipótesis, lo que hicieron los investigadores fue monitorear el metabolismo de seis personas cuando comían en diferentes momentos del día.
Monitoreo del metabolismo
Todos los participantes tenían 50 años o más, por lo tanto, pertenecían a un grupo que podría estar en riesgo de sufrir trastornos metabólicos. Así, cada uno de ellos comió tres comidas al día durante dos sesiones separadas de 56 horas, ambas con el mismo periodo de ayuno nocturno.
En una de las sesiones, los participantes desayunaron, almorzaron y cenaron. En la otra sesión, los participantes se saltaron el desayuno, pero recibieron una comida extra como refrigerio al final de la tarde.
Además, el desayuno (08:00 horas) y la merienda (22:00) contenían 700 calorías y eran nutricionalmente equivalentes. La cantidad de actividad física que hicieron los participantes también fue la misma en ambas sesiones.
Los investigadores monitorearon el metabolismo de los participantes usando la cámara metabólica humana de Vanderbilt para darles mediciones continuas de la tasa metabólica y la descomposición de carbohidratos y grasas.
Saltarse el desayuno
Los investigadores encontraron que, a pesar de tener una ingesta constante de calorías y un nivel de actividad, el momento de la ingesta de alimentos tuvo un efecto significativo sobre la cantidad de grasa que quemaron los participantes.
Cuando los participantes comieron un refrigerio nocturno, desglosaron menos grasa que cuando consumieron la misma cantidad de calorías en el desayuno. En otras palabras, la merienda retrasó la capacidad del cuerpo para descomponer la grasa, lo que provocó la descomposición de los carbohidratos.
En promedio, los participantes que desayunaron quemaron 15 gramos más de lípidos en 24 horas que los que comieron el refrigerio nocturno. Con el tiempo, esto podría conducir a una importante acumulación de grasa.
“Esto confirma que el momento de las comidas durante el ciclo diurno y nocturno afecta la forma en que se usan los alimentos ingeridos en lugar de almacenados, y que cualquier alimento ingerido antes de acostarse retrasará la quema de grasa durante el sueño”, explica Kevin Kelly, primer autor de la investigación. El hallazgo de que los ritmos circadianos del cuerpo regulan la quema de grasa podría tener implicaciones importantes para los hábitos alimenticios, lo que sugiere que ayunar desde la cena hasta el desayuno es mejor para perder peso que saltarse el desayuno