El acné es una enfermedad de la piel que está muy extendida en occidente, especialmente entre los adolescentes. Su origen es multifactorial, aunque juega un papel clave la genética, los andrógenos, los factores insulínicos, ciertos marcadores inflamatorios y la multiplicación descontrolada de la bacteria Cutibacterium acnes en el poro. No obstante, el factor dietético cada vez resulta más determinante en la bibliografía.
En este sentido, la evidencia científica más convincente con respecto a alimentos desfavorables se encuentra en las dietas y alimentos con una alta carga e índice glucémico. Existe un estrecho vínculo entre el consumo de azúcares, refrescos azucarados, cereales hiperglucémicos y el acné. Esta clase de alimentos parecen influir en la secreción de determinadas hormonas y en la proliferación de factores bioquímicos como el IGF-1, que fomentan la hipersecreción de sebo a través del poro. El pan, las pastas, la bollería, determinadas frutas altas en fructosa, ciertos cereales o los dulces deberían por tanto moderarse, cuando no suprimirse, o tomarlos excepcionalmente en función del deporte realizado (pieza clave, por cierto, para deshacerse de la enfermedad o reducirla).
Asimismo, también existe una evidencia muy alta de que los lácteos en general tienen un papel inductor y agravante de la enfermedad. La leche en particular ejerce un efecto muy perjudicial en el acné, sobre todo cuanto más desnatada es, puesto que producen una respuesta insulínica mucho más alta (principalmente porque en la leche entera la grasa atenúa el pico insulínico). Además, ciertos compuestos de la leche alteran el sistema de señalización endocrina, produciendo un impacto negativo en la activación de la quinasa mTORC1, y su suero y proteínas contribuyen a la elevación de la insulina posprandial y los niveles en plasma de IGF-1. Todo ello, por distintas vías, está relacionado con la aparición y empeoramiento del acné, por lo que una persona que lo sufra debería probar a suprimirla completamente de su dieta y valorar los resultados. Incluidos, por cierto, los derivados como el yogurt o la proteína de suero de leche (tan consumida por los deportistas y tan recurrida como complemento en los gimnasios). La proteína de guisante podría ser más adecuada para personas que quieran suplementarse, dado su efecto en el control de la glucemia en sangre.
Con respecto a las grasas, lo cierto es que pese a la fama que arrastran no todas son malas. Si bien es cierto que las personas afectadas deberían vigilar el consumo de algunos tipos e ingerir más de otros. Por ejemplo, un aumento en el consumo de ácido linoleico y ω-3 ha sido vinculado con menores niveles de IFG-1, de hiperqueratinización del folículo (producción excesiva de piel muerta), de citoquinas inflamatorias y de inflamación crónica de bajo grado. También el consumo de grasas saturadas, trans y con un desbalance en la ratio de ácidos grasos ω-3 y ω-6, así como un consumo excesivo de ω-6 se ha vinculado con el acné. Lo ideal sería elevar el consumo de aquellos alimentos que contengan más omega 3 y reducir en la medida de lo posible los de omega 6. Podría sorprender que por ejemplo alimentos como las nueces o el aceite de coco, que tienen muy buena fama por sus propiedades, podrían no ser tan beneficiosos para el acné por su perfil lipídico, y la persona afectada debería quizás moderar su consumo e informarse sobre cuales son aquellos alimentos demasiado altos en grasas omega-6 o saturadas.
También la salud de la microbiota intestinal está estudiándose en más profundidad por los dermatólogos, porque una disfunción de la flora intestinal está relacionándose cada vez más con la activación inmune, la inflamatoria, la salud dérmica y, en particular, con la gravedad del acné. Se está comprobando que una microbiota saludable tiene la capacidad de influir sobre la inflamación sistémica, el estrés oxidativo y el control glucémico, es decir, en tres factores que como ya sabíamos están íntimamente relacionados con la enfermedad. Determinadas cepas de probióticos, ya sea en forma de comprimidos orales o en forma de bebidas como la kombucha, o los utilizados para enriquecer sopas como el miso japonés, y los prebióticos en general como la fécula de patata, podrían ser aliados poco conocidos para aliviar la enfermedad por su impacto en la flora bacteriana.
Con respecto a las frutas y verduras, se ha comprobado que su consumo conlleva una atenuación de la señalización de mTORC1 y otros factores inflamatorios, lo cual repercute de forma positiva en la enfermedad. Alguien que quiera combatir el acné desde la dieta debería considerar basar su alimentación en la verdura. Las ensaladas, o por ejemplo las sopas de verduras, por su digestibilidad y su capacidad desinflamatoria, son en mi opinión altamente recomendables para las personas que sufren la enfermedad.
Por otro lado, de entre los oligoelementos existen estudios que inducen a pensar que el zinc pueda tener un papel beneficioso al reducir la inflamación de las lesiones. También el polifenol EGCG del té, que cumple una función reductora del sebo y la inflamación. En cuanto a las vitaminas, las A y la D son las más vinculadas con un papel curativo por su importante acción en la homeostasis epidérmica, pero la evidencia es más débil y debe investigarse en más profundidad. Hay que tener cuidado por cierto con abusar de los multivitamínicos, que muchas veces se utilizan sin juicio como algo beneficioso que todo lo cura, porque no siempre más es mejor. Hay vitaminas como la B12 que se han vinculado con brotes acneicos (al parecer alteran la actividad metabólica de la bacteria P. acnes en la piel) y con una mayor expresión de los genes relacionados con el acné, por lo que si se decide suplementar habría que ser cuidadoso y evitar multivitamínicos que lo contengan. De entre los alimentos que más B12 contienen están los lácteos y la carne, algunos cereales (los productores los fortifican con ella), el salmón o las almejas.
Otro alimento muy controvertido es el chocolate, que aunque es rico en polifenoles antioxidantes, los estudios indican que su efecto es perjudicial sobre el acné en adolescentes con propensión a desarrollarlo, posiblemente por su impacto en ciertas interleucinas y su modulación de la inflamación. Así pues, el afectado por la enfermedad debería consumirlo lo más puro posible y moderarse mucho en la cantidad en caso de no querer prescindir de él.
En resumen, para mejorar la enfermedad deberán hacerse ajustes dietéticos, y cada cual deberá encontrar la fórmula que mejor le funciona, incorporando, reduciendo o eliminando determinados alimentos. La evidencia científica nos da pistas y nos guía para ello. Como lineas generales habría que basar la dieta en verduras, reducir o eliminar los lácteos, estimulantes como la cafeína y o el cacao, los carbohidratos simples y los cereales en todas sus presentaciones (pan, pastas, bollería…), incorporar grasas saludables, eliminando o reduciendo las que no lo son (hay que seleccionar bien los frutos secos porque no todos son iguales en este sentido), incorporar quizás algún probiótico, miso o kombucha para mejorar la flora intestinal, o consumir suficiente zinc, vitamina A, D, o polifenoles presentes en el té.
Por último, hay que decir que aunque la alimentación posiblemente sea la herramienta más importante a la hora de combatir la enfermedad, el ejercicio frecuente con sudoración, los baños de vapor, una rutina de limpieza diaria y ciertos productos como el retinol o el aceite de jojoba podrían ser también buenos aliados.