La presencia de fiebre, dolor o inflamación, secundarios a un problema intercurrente como es una infección respiratoria o un traumatismo, tienen una incidencia similar durante el embarazo que en el resto de las etapas de la vida, existiendo únicamente un aumento de las lumbalgias que afectan a una de cada dos embarazadas a partir del cuarto o quinto mes de gestación, siendo éste un motivo frecuente de consulta y de prescripción de medicamentos.
También es común la presencia de fiebre en el primer trimestre con la aparición de abortos espontáneos y alteraciones en el desarrollo del tubo neural.
Antes de pautar un medicamento para controlar un episodio de dolor, debe tenerse en cuenta que en múltiples ocasiones el cuadro puede verse aliviado con medidas no farmacológicas, como la fisioterapia, un descanso suficiente o técnicas de relajación.
El paracetamol es considerado el fármaco de elección de este grupo por tratarse del principio activo sobre el que existe una amplia experiencia de utilización y ser uno de los más seguros dentro del grupo. No se han descrito casos de malformaciones fetales a pesar de atravesar la barrera placentaria, aunque hay que tener en cuenta que cuando es utilizado a dosis elevadas y en tratamientos prolongados puede llegar a producir alteraciones en la función renal del feto.
El uso del ácido acetilsalicílico y otros antiinflamatorios no esteroideos parece seguro durante los primeros dos trimestres de la gestación siempre que se trate de tratamiento de corta duración y a dosis bajas. En las últimas semanas del embarazo, y debido a su acción inhibitoria de las prostaglandinas, pueden provocar diversas complicaciones, como disminución de la contractilidad uterina, prolongación de la gestación y de la duración del parto, aumento de la hemorragia posparto o cierre precoz del ductus, por lo que se desaconseja su uso en el tercer trimestre.
El empleo de pirazolonas (Metamizol) debe realizarse con precaución durante el embarazo.
Los analgésicos opiáceos presentan bajo riesgo teratógeno, pero su administración durante los últimos meses de la gestación puede provocar depresión respiratoria en el recién nacido. Su empleo prolongado durante el embarazo puede inducir la aparición de cuadros de dependencia y de síndrome de abstinencia neonatales.
Teniendo en cuenta estos datos, se aconseja tratar las crisis migrañosas con paracetamol o antiinflamatorios no esteroideos, siendo posible la profilaxis con betabloqueantes.